Se aseguró los guantes y recorrió silenciosamente los pasillos hasta llegar a la sala. Se situó delante de un cuadro. Examinó el marco y, como pensaba, la seguridad en aquella habitación era mínima por causas de reducción del gasto. “Sí que llegan a ser tacaños con la cultura en esta ciudad, sí…”. Descolgó la pintura, quitó el marco y enrolló el lienzo cuidadosamente, introduciéndolo después en un tubo. “Seguro que al jefe le gustará este regalito”, pensó mientras abría los pestillos de la ventana esquivando los lásers.
Salió del edificio descendiendo por la pared; la distancia que lo separaba del suelo no era mucha. Cuando llegó, cogió una piedra y la arrojó a la ventana por donde había escapado, rompiendo los cristales y haciendo sonar la alarma.
Mientras se ocultaba entre las sombras, pensaba en la cara de sus compañeros más veteranos cuando los medios de comunicación anunciaran la noticia de su nueva gesta. Así mismo, trató de imaginar la reacción de sus compañeros de instituto, tan prepotentes ellos, si llegaran a saber que el ladrón de museos se hallaba entre ellos.
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