Entre los árboles situados detrás de los arbustos, la luz de la luna se colaba entre las ramas, y Adam pudo vislumbrar que algo se movía entre ellas.
Rodeó el pequeño bosquecillo, hasta encontrarse en medio de un claro entre un grupo de frondosos árboles que separaban la zona del estanque de la del camino. Y ahí, entre los árboles, lo vio.
Era un hermoso perro; una raza de esas de las nieves, o incluso un lobo. Su pelaje era blanco, más oscuro por el lomo y la parte superior de la cabeza, y los ojos azules brillaban con la pálida luz lunar. El animal parecía asustado. Adam lo llamó suavizando la voz.
Poco a poco, la bestia se levantó, hasta superar la altura de Adam.
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