dimarts, 1 de juny del 2021

El chico de ojos claros


- Creía que íbamos a estudiar enfermería el próximo curso.
- Ya, pero me lo he pensado mejor y prefiero conocer mundo primero. Ya sabes, aprovechar antes de que esté demasiado ocupada con todo.

Júlia miraba las estrellas que empezaban a brillar en el cielo, destacándose en el crepúsculo. Llevaba un rato tumbada boca arriba, al lado de su hermano. Damià se la quedó mirando, con la mano del cigarrillo apoyada en la rodilla. Cuando eran pequeños, eran prácticamente clavados; sólo se distinguían por los ojos, pues el chico había heredado el tono claro de su padre, un color indeterminado entre verde y gris, mientras que los ojos de Júlia eran de pardo oscuro como los de su madre. Sin embargo, antes de hacer la primera comunión, ella dio un estirón lo suficientemente grande como para que no se notase tanto que eran gemelos. Damià tardó unos años en igualar y superar la altura de su hermana, aunque seguía siendo el chico más bajo de su clase mientras Júlia se había convertido en una de las muchachas más esbeltas del instituto.

- No sé si a papá y a mamá les hará gracia.

- Supongo que a mamá le dará un síncope. A papá directamente que le den.

Damià le dedicó una mirada de reproche al oirla hablar así de su progenitor.

- ¡No me mires así! - respondió la chica - No sé cómo no se han divorciado…

- Mamá ha empezado a planteárselo.

Estuvieron callados unos minutos, hasta que Júlia se levantó.

- Con el palo que me da pensar en otro viaje ahora… - dijo el chico tras dar una calada.

- ¿Quién te ha dicho que vendrás conmigo? - respondió la chica, quitándose el polvo del pantalón.

- ¿Y yo? - dijo alguien acercandose tras la espalda de Damià.

- Hola Miquel - saludó ella mientras se alejaba.

- ¡Oye, Júlia! ¿Yo puedo ir contigo o no? - preguntó el recién llegado, a lo que Júlia empezó a tararear como única respuesta.

- Deja de intentarlo, Miquel - dijo Damià -. Tiene las ideas muy claras.

- ¡Yo también! - dijo el susodicho, sentándose a su lado - ¿Qué os contáis?

Damià dio una última calada al cigarrillo, admirando el paisaje africano que se extendía ante ellos.

- Nuestros padres se van a divorciar - respondió al final.

- Vaya… ¿Lo siento?

Apagó la colilla en el suelo concienzudamente y la guardó en una bolsita de cartón que había hecho a partir de una cajetilla de tabaco. Miquel conocía a los hermanos desde el colegio y sabía la situación de sus padres; de hecho, todos los vecinos del pueblo la conocían.

- Mi madre ha empezado a mirarse el papeleo con la abogada.

- Bien por ella. No necesita seguir tragando la mala ostia de tu viejo.

- Tiene miedo de lo que digan los vecinos.

- ¡Vamos, Dam! Todo el mundo sabe que tu padre es un canalla, y un pichabrava. Hasta el mio, que es amigo suyo de toda la vida, sabe que es un imbécil. Buen tío con el que irse por ahí, pero siempre ha causado problemas a todas las mujeres con las que ha estado. Según me dijo mi viejo, cuando tus padres se casaron no se lo podía creer, y menos cuando a penas llevaban un par de años saliendo.

- Me dijo que ninguna novia le había durado tanto - respondió Damià -. Supongo que mi madre era una recién llegada al pueblo y, teniendo familia conservadora, bueno...

Arrebujó la cabeza entre las rodillas, sin ganas de seguir con el tema. Agradeció en silencio que Miquel se callara y siguió contemplando el paisaje, con el sol ya oculto en el horizonte.

- ¡Estáis aquí!

El padre Jaume, uno de los sacerdotes más jóvenes, se acercó hacia ellos. A los chicos siempre les pareció que estaba fuera de lugar, como si su sitio fuese más una oficina que el campo abierto.

- ¿No os tocaba comedor a vosotros?

- Ha ido Júlia a ayudar - respondió Damià.

- Nosotros lo hemos hecho por la mañana. Esta noche les tocaba a las chicas - siguió Miquel.

- Cierto… - el padre Jaume se quedó pensativo - Ayudadme a buscarla, entonces.

Ambos jóvenes se levantaron y siguieron al sacerdote hasta el poblado que se había convertido en su hogar durante las últimas semanas. Llegaron al comedor, donde estaba otra de las voluntarias atendiendo a los niños y niñas. Le faltaban manos para prestarles atención a todos, por lo que Damià se quedó para ayudarla mientras Miquel y Jaume fueron en busca de Júlia. Sin embargo, para cuando terminaron de cenar los pequeños, sólo el sacerdote había vuelto con ellos. No había encontrado a la chica y le había perdido de vista a Miquel. Llegaron el resto del equipo de voluntarios para cenar, con lo que Jaume aprovechó para organizar grupos de búsqueda.

- Porque Júlia y Miquel no estarán… - preguntó disimuladamente el sacerdote a Damià.

El chico se lo quedó mirando con cara de circunstancia y le aseguró que no, no estaban saliendo ni su hermana tenía la intención, y se fiaba de la lealtad de Miquel. Jaume se encogió de hombros y formó un par de grupos de tres personas entre los misioneros y los voluntarios de más edad. Los más jóvenes se quedaron encargados de recoger las viandas y esperar en el poblado. Damià hubiese deseado formar parte de uno de los grupos, pero Jaume no se lo permitió por ser aún menor de edad, por lo que se dedicó a lavar los platos tratando de no pensar en su hermana y en su amigo. Cuando terminó, no obstante, y tras echar un último vistazo a la cabaña en la que se alojaban por si hubiesen vuelto, cogió su linterna, la navaja y se fue a buscar por su cuenta.

La luna llena en el cielo estrellado le proporcionaba suficiente luz. Se dirigió primero al borde del acantilado, donde viese a Júlia por última vez, y consiguió dar con el rastro de sus botas. Lo siguió en el trayecto que se dirigía al poblado, hacia el comedor, hasta que descubrió que se desviaba hacia la sabana. Cogió un palo a modo de cayado para ahuyentar a posibles alimañas, aunque procuró no pensar en qué haría si le descubriese un predador grande. Podía oir a lo lejos los rugidos graves de un león marcando su territorio, por debajo de las llamadas de los equipos de búsqueda. Distinguía las linternas a cientos de metros de donde se encontraba mientras seguía el juego de huellas que creía eran de Júlia hasta que, de repente, le costó distinguirlas. Consideró que estaba lo suficientemente lejos para no ser visto, así que encendió la linterna. Y lo que vio le dejó perplejo. Había dos juegos de huellas. En un momento dado, uno de ellos había desaparecido para ser substituido por un par de rastros sinuosos.

Damià se temió lo peor, pero no tuvo tiempo para pensar. Algo le golpeó en la cabeza, justo sobre la ceja izquierda, con suficiente fuerza para tumbarlo. Sintió que alguien le maniataba las manos para luego tirar de sus piernas, arrastrándole por el suelo. Se clavaba las piedras y las zarzas, pero estaba demasiado abotargado como para reaccionar. Cuando se detuvieron, Damià aún se sentía mareado, aunque estaba lo suficientemente sereno como para comprender que estaba en una cueva. La luz de la luna alcanzaba el interior por una abertura de roca natural, reflejándose en una charca de agua de la cual discurrían un par de riachuelos. Trató de incorporarse, pero sufrió un nuevo vahído que le hizo desplomarse, soltando un gruñido.

- ¿Hola?

Damià reconoció la voz de Júlia. Estaba muy cerca de él.

- Júlia…

- ¿Damià? ¿También te ha cogido?

- ¿Qué ha pasado?

Oyó que alguien se arrastraba hasta donde estaba y notó el ligero perfume de su hermana.

- Me dijo que le acompañase un momento, entonces me cogieron por detrás y me trajeron aquí.

- ¿Quién?

Un ruido de pasos interrumpió la conversación. Dos personas se acercaban arrastrando a una tercera. La vista de Damià se había acostumbrado lo suficiente a la penumbra para distinguir a Miquel, maniatado también. Una de las otras dos personas cogió a Júlia por las piernas y la separó de su hermano.

- ¡Suéltame, motherfucker!

La chica pataleó en balde. Damià reconoció a los captores como los dos turistas estadounidenses que habían llegado al poblado en un safari hacía unos días.  Supuestamente, a estas horas deberían estar en la capital del país; ¿qué hacían allí? Recordaba haber hablado con ellos junto con Júlia y Miquel, bromeando sobre el hecho de que eran gemelos, aunque a Damià no le había quedado claro si los ancianos habían entendido quien era el hermano de quién.

Tras mantener separados a los tres jóvenes, se quedaron hablando entre ellos. Aquella pareja de afables ancianos parecían discutir, ansiosos. Uno de ellos buscaba en una mochila y Damiá distinguió un brillo metálico en las manos de éste. El otro anciano, con un bote en la mano, empezó a echar el contenido a puñados alrededor de la charca de agua mientras entonaba una melodía en un idioma desconocido para el joven. Terminó de vaciar el recipiente echando los restos sobre cada uno de los tres amigos. El otro le preguntó porqué marcaba a los tres cautivos y ambos empezaron a discutir. Damià hubiese reído si no fuese por el dolor de cabeza: los ancianos seguían sin tener claro cual de los dos chicos era el hermano gemelo.

El hombre del cuchillo le indicó al otro que debían empezar ya, pues la luna estaba a punto de entrar de lleno en la charca. Ambos se situaron el uno frente al otro, repitiendo la cantinela, hasta que el satélite iluminó el agua, y su luz reflejada iluminó toda la cueva. Damià entonces se percató de los dibujos rupestres que adornaban las rocas, y no le gustó lo que vió. El anciano del cuchillo se hizo un corte en la mano, dejando que la sangre cayese al agua, siendo imitado por su compañero quien tenía su propia arma. El joven se incorporó y trató de dar indicaciones a Júlia y a Miquel mientras los hombres estaban ensimismados, pero su amigo no respondía y su hermana estaba demasiado lejos. Entonces uno de los ancianos le propinó un derechazo que lo tumbó de nuevo al suelo, pateandole para asegurarse de que estuviese quieto, y se dirigió hacia Júlia. La muchacha soltó un chillido de dolor cuando el anciano la cogió del pelo, arrastrándola hasta la charca. Su reflejo apareció en el agua; su melena oscura, ahora suelta, le ocultaba la cara, prácticamente en shock, aunque Damià acertó a escucharla rezar. El otro anciano cogió a Miquel, situándolo frente a Júlia al otro lado de la charca.

- Wake up, wake up! You must be awake, love - dijo dulcemente mientras lo zarandeaba, hasta que el chico abrió sus ojos oscuros.

Los ancianos volvieron a intercambiar unas pocas palabras, discutiendo de nuevo sobre si el chico era el correcto. Al final ambos concluyeron que los gemelos deberían tener el mismo color de ojos. Levantaron los cuchillos, entonando el cántico con más fuerza a medida que las aguas parecían hervir. Damià aún se retorcía de dolor en el suelo, sin poder apartar la mirada de la charca, cuya agua parecía elevarse. Júlia y Miquel se quedaron mirándose el uno al otro, pero sólo él, con un amago de sonrisa en los labios hinchados, consiguió articular palabra.

- T’estimo… 

Las armas bajaron en rápido movimiento tiñéndose con la sangre de los jóvenes. La masa de agua se enturbió con el líquido oscuro que manaba a borbotones. Damià sólo podía mirar, estupefacto. Algo más a parte de la sangre pareció removerse en la charca, pero el joven sólo tenía ojos para ver cómo el cuerpo de su hermana se desplomaba entre las rocas, cercano al de Miquel.

De repente los ancianos empezaron a aullar. Aquel sonido antinatural pasó a ser de extremo dolor, pero Damià no pudo identificar a qué se debía. Trató de gritar el nombre de su hermana, pero no le salió la voz, y algo le empujó contra la pared, golpeando con todo su ser entre las pinturas rupestres.

- Wrong boy, you idiot! - gritó uno de los ancianos.

Los americanos parecían demasiado ocupados peleándose entre ellos, o contra algo. Damià no sabía, pues a su vez tenía centrada toda la atención en la navaja del bolsillo del pantalón. Haciendo un gran esfuerzo para ignorar el dolor en el torso y en las muñecas, se retorció todo lo que pudo hasta que consiguió meter la mano en el bolsillo y alcanzar la navaja. La apretó con fuerza, volviendo a una posición cómoda dentro de lo posible, y la tanteó con ambas manos para abrirla. Y lo consiguió, pero no pudo evitar cortarse. Damià creyó que se habría amputado el dedo, pues el arma resbaló de entre sus manos a causa de la sangre pero también por la flojera causada por el dolor. Para su horror, oyó pasos arrastrándose hacia él. Sin pensar en la herida, el joven tanteó el suelo y agarró la navaja de nuevo justo cuando el más fornido de los ancianos tiró de él, arrastrándole hacia las aguas. 

El hombre obligó a Damià a arrodillarse, quien trató de resistirse cuanto pudo hasta que notó el filo del cuchillo en la garganta. El joven continuaba aferrando la navaja, manteniéndola oculta entre las manos sin saber qué hacer con ella. El anciano se puso a gritar a la luna, a la charca o a la cueva, Damià no lo tenía claro, algo como que le ofrecía en sacrificio al hermano correcto, pidiendo perdón por el error, y que aplacara su furia.

- It’s too late! It won’t work! - gritó el otro americano; Damià no supo de dónde venía su voz, pero parecía venir del otro lado de la charca, entre las rocas.

- I don't wanna die ‘cause of your mistake, you idiot! - replicó el otro.

Su captor se puso a recitar algo parecido a la oración anterior de la que el chico nada podía entender mientras, incomprensiblemente para Damià, el nivel del agua de la charca iba subiendo hasta alcanzar sus rodillas. Sin embargo, en un momento de éxtasis, el anciano levantó el cuchillo antes de asestar lo que Damià presentía sería el golpe final, y entonces el joven le clavó en el muslo su navaja, forzando a sus propias piernas a levantarse, empujando con la inercia la hoja en la carne.

Eso sí que fue un aullido de dolor. El anciano perdió el equilibrio, ayudado por un empujón del chico, quien trastabilló a los pocos pasos dando de nuevo contra el suelo, pero para cuando el americano se incorporó, furibundo, un estallido retumbó entre las rocas. Un disparo de rifle. Nuevas voces se mezclaron con sus gritos, pero esta vez Damià pudo reconocer entre ellas al padre Jaume y a otro de los sacerdotes. Un nuevo disparo, y el cuerpo del anciano rodó hasta la charca.

Sintió que alguien le tiraba de los brazos. De repente tenía las manos libres. Como pudo se levantó y fue hacia la charca, buscando los cuerpos de Júlia y de Miquel, pero no los vio a simple vista. Ni siquiera se preocupó por el corte del dedo, aún sangrante. El padre Jaume le llamó repetidas veces, tratando de darle alcance, pero Damià se escabulló entre las rocas hasta que al fin los encontró. Quería creer que se lo había imaginado, quizás soñado, hasta que vio el corte, prácticamente cercenando el cuello de su hermana.


Era consciente de que habían pasado varios días, pero Damià no sabía en qué fecha estaba hasta que no reparó en el calendario garabateado del despacho del padre Jaume. Le habían estado arrastrando las últimas 72 horas por varios aeropuertos hasta que al fin llegaron a destino. Y antes de eso le venían retazos de hablar con las autoridades locales, tratando de explicar lo que había visto a la vez que luchaba por mantenerse sereno sin entrar de repente en pánico. Le sonaba que había pasado una noche en algún calabozo, y que en algún momento le habían curado la herida del dedo aunque sospechaba que tenía alguna costilla rota que no le habían examinado. Sentado frente aquel calendario de Caritas, notaba el dolor aún latente en el costado. Pensaba en su madre, en cuanto quería estar en casa, pero a la vez le aterraba lo que se pudiera encontrar.

El ruido de la puerta al abrirse lo puso alerta, y le hizo girarse sobre la silla obviando el dolor. Se tranquilizó al ver al padre Jaume, aunque le costó volver a la posición inicial y no se relajó hasta que el recién llegado ocupase el sillón al otro lado del escritorio.

- ¿Has hablado con tus padres? - preguntó el joven sacerdote.

Damià no contestó en seguida. El dolor en el costado le dificultaba un poco la respiración, pero al fin negó con la cabeza.

- He hablado con el padre Cisco. Hemos quedado de que él hablará con ellos.

- Gracias - susurró el muchacho.

Se quedaron en silencio de nuevo. Damià no quería conversar, pero no le hubiese molestado que el padre Jaume siguiese hablando. Sin embargo el hombre, ya de por sí parco en palabras con los no adultos, no fue diferente en aquel momento, evitando su mirada. El muchacho pensó que aquella situación también le debía quedar grande. Mientras arrancaba el portátil, el sacerdote consultó su móvil un par de veces.

- Espero que no te importe - dijo de improviso sorprendiendo a Damià quien no pudo ocultar su anhelo porque le siguiese hablando alguien cuerdo - pero iré comprobando los mails.

- No, claro que no.

El padre Jaume se recolocó las gafas y fijó la mirada en la pantalla, pero el silencio fue breve esta vez.

- Parece que te acompañaré yo al pueblo. Acaban de llegarme los billetes de tren. Creo que nos puede recoger el padre Cisco, ¿o prefieres que vengan tus padres?

- Mejor no - respondió Damià -. La opción del padre Cisco está bien.

El sacerdote asintió y se puso a mirar su correo. Otro silencio, pero esta vez, haciendo acopio de valor, fue Damià quien lo rompió.

- ¿Se sabe algo de los cuerpos? 

Jaume hizo ver que no había escuchado la pregunta, pero Damià había percibido cómo le había mirado de reojo, e insistió. 

- Padre Jaume, por favor… 

El hombre echó un último vistazo a la pantalla antes de cerrarla. Se quedó con la vista fija hacia donde estaba el muchacho, las manos juntas y con la barbilla apoyada en los dedos índices, mirando realmente a la nada.

- Están de camino, si no he entendido mal. Las autoridades locales hablan un inglés bastante malo y mi francés está muy oxidado. La embajada se encarga de este tipo de… gestiones.

- ¿Quiere decir que… ha ocurrido antes? - preguntó Damià sin pensarlo demasiado. 

- Algún accidente ha habido, pero es poco común. Pero esto… - dijo en un susurro el padre Jaume quien se dio cuenta de que Damià lo escuchaba con atención y clavó la mirada en sus ojos claros - ¿Seguro que quieres hablar de lo sucedido?

- No, la verdad es que no - Damià agachó la cabeza, notando como las mejillas entraban en calor -. Era sólo por saber… 

- ¿Tienes pensado qué hacer el próximo curso? - preguntó el sacerdote, como manera torpe de tranquilizar al muchacho cambiando de tema. 

- Pensábamos… Pensaba estudiar enfermería.

- ¿Medicina no?

- No pasé la nota de corte. Además, no sabría qué especialidad. En enfermería puedo ayudar a más gente. 

- ¿Y después? 

Damià se encogió de hombros, algo sorprendido por la pregunta. ¿Qué cosa podría hacer si no trabajar de lo que había estudiado? 

- Creía que querías ser sacerdote - dijo el padre Jaume. 

- Esa era Júlia. Quería ir al convento después de estudiar.

"Y antes quería viajar", recordó Damià. Aunque también se lo había planteado, en verdad al muchacho no le apetecía entrar en el seminario. Una cosa era hacer voluntariados y echar una mano a la Iglesia; otra, dedicarle su vida por entero. 

- No es mala profesión, pero enfermería está bien. Además, aún eres joven.

Damià escuchó al padre Jaume, pero le pareció que era simple palabrería.

- Miquel era quien quería entrar al seminario - dijo Damià, recordando la decisión de su amigo cuando éste supo que Júlia quería entrar en el convento. 

El sacerdote dio un resoplido que sorprendió al joven. 

- Menudo ejemplo habría dado… - susurró el padre Jaume.

El comentario no pasó desapercibido para Damià, quien se percató del cinismo en las palabras. Agachó la cabeza de nuevo, visiblemente enojado. Sin embargo, mientras trataba de encontrar una réplica, imaginó a Miquel con sotana, soltando alguna bordería a alguna señora mayor, y terminó sonriendo con tristeza, y no pudo evitar que los ojos se le empañaran en lágrimas. El padre Jaume, incómodo, rebuscó entre los cajones; se levantó y se acercó a él, pero una vez a su lado sólo se le ocurrió pasarle un pañuelo de papel del paquete abierto que había encontrado. Damià lo cogió, se sonó y se arrebujó aún más en la silla con la cara cubierta por las manos. 

- No quería decir nada malo de Miquel - dijo el padre Jaume -. Conforme se os veía juntos, se notaba que era un gran amigo.

Pero si las palabras buscaban consolar al muchacho, no lo consiguieron.

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